lunes, 7 de noviembre de 2011

Los changarines de la caridad

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Fernando Héctor Fornerod fdp
Pcia. Roque Sáenz Peña - Chaco -



Los llamados a formar parte dela Familia de Don Orione, son interpelados existencialmente a encarnar lascaracterísticas de una acción caritativa muy particular. En efecto, losmiembros de la «Pequeña Obra», para Don Orione, no sólo sirven a Cristo en lospobres: ellos mismos quieren vivir como su Señor, corriendo la suerte de los«desamparados y excluidos».





[...] Mira, querido hijomío, que nosotros somos pobres y, viviendo con nosotros, tú también deberásllevar vida de pobre religioso por amor a Jesucristo, nuestro ejemplodivino: que nació pobre y vivió pobre: también murió pobre sobre una Cruz,privado hasta de un poco de agua. Pero Jesús, nuestro dulce Dios y Padre está en nosotros, y nuestra vida es feliz, porque nos basta tener a Jesús. [...][1]. 

Así como la caridad tiene porsujeto al pobre, amado por Dios en Cristo, los religiosos y también los laicos, imbuidos en esta acciónevangelizadora, transforman sus vidas en la presencia liberadora de Dios. Vivir lacaridad, en primer lugar no es sólo llevar a cabo una actividad; es tambiénabrazar un estado, una forma de pertenencia. Los hombres y mujeres de caridadson quienes se han dejado alcanzar por la gracia de la misericordia transformadorade Dios. 


[...] «Instaurareomnia in Christo!»es nuestro lema y programa: con la ayuda de Dios y a las órdenes de la Iglesia,nos pondremos a trabajar para renovar en la caridad de Dios a todos y todo.Pero, antes que nada, debemos, en Cristo, renovarnos a nosotros mismos en elíntimo del espíritu [...][2]. 



La expresión paulina instaurare omnia inChristo,hecho por Don Orione fuerza del apostolado, no es un programa saturado de activismo. Supone laaceptación profunda y radical de la propuesta de Jesús en la propia vida. Estatarea es vital, especialmente para los religiosos. Su principal apostolado es laconversión del corazón, anticipando el Reino en sí mismos y en el servicio delamor. La renovación interior y el servicio de la caridad, por la que el mundoes renovado, son dos momentos de un mismo movimiento: la configuración alSeñor.



Esta donación se traduce enamar y servir; en vivir y morir por Jesús, hasta la entrega – Don Orione usa lapalabra “holocausto” – de cada uno de nosotros. La medida del servicio poramor no está condicionada, ni siquiera por las necesidades de las personas alas que se deben socorrer y amar. La medida del amor es el mismo Amor: Dios,que nos ama en Jesús.


La disponibilidad en aceptarel don del Señor conlleva: la purificación en nuestra existencia de todoobstáculo que atenúe la presencia o disminuya la medida con la que ese don es dado a los demás. Por ello lacaridad debe transformar la existencia humana:

[...] Queremos enmendarnos: llegar a ser buenos religiosos, santos y verdaderosreligiosos; como es el deseo de tu corazón. Deseamos llegar a ser humildes,simples como los pastores, dóciles para contigo y para tu Iglesia, como suscorderitos; queremos amarte, y amarte tanto: consumirnos de amor por Ti y porlas almas. ¡Oh Jesús! Jesús mío, danos Caridad; lo demás:¡quítalo! [...][3] 


Este estado nuevo, fruto delcontacto con Cristo, se manifiesta con un titulo nuevo. En efecto, quienes seentregan a Jesús en el servicio a los pobres son los changarines de la Divina Providencia. Ellos, verdaderos servidores que haciéndose cargo solidariamente de sus hermanossufrientes, excluidos y desechados por la sociedad, viven y son caridad.








[1] Orione,L., «Caro mio figliolo nel Signore» (B. Marabotto),31.01.1912, c., ADO, Scr., 32,2; (EC., I, 200).
[2] Idem, ccir.,impr., ADO, Sccir., 12.1934; (L. II, 140).
[3] Ibidem;(L. II, 143). Don Orione transforma la primera parte del lema salesiano «Da nobisanima, coetera tolle!», por «Da nobis Charitatem, coetera tolle!»

sábado, 5 de noviembre de 2011

Amar hasta el final: Juan, Luis y Jesús Eucaristía

Fernando Héctor Fornerod fdp
Pcia. Roque Sáenz Peña
Chaco

Bien sabemos que Luis Orione fue un verdadero escritor. Lagran variedad de manuscritos, especialmente los que se refieren a sus primerosaños como fundador, nos ayudan a marcar las etapas del desarrollo de lareflexión en algunos temas más importantes, como son el fin de la congregación, losmedios de apostolado, los desafíos que le tocaba vivir, el horizonte de laIglesia hacia la construcción de una verdadera sociedad humana, entre otrostantos argumentos.



Ahora bien, la actividad apostólica desarrollada por LuisOrione no solamente tuvo características originales por su popularidad ycreatividad. Revela, también, el alma profunda de su estilo de vida cristiana.Su vida estuvo siempre atravesada por una espiritualidad definidacomo «espiritualidad de brazos arremangados». En efecto, en la aceptación de lavoluntad de Dios y en la caridad, es como Don Orione y su familia contribuyencon su apostolado a «Instaurare Omnia in Cristo», especialmente entrelos más pobres, que son el tesoro de la Iglesia. La noche del 22 de julio de1936 escribía a Don Carlos Sterpi desde Buenos Aires:
[...] 3° El fin particular y especialconsiste en propagar la doctrina y el amor a Jesucristo y a la Iglesia, especialmenteen el pueblo; atraer y atar con un vínculo dulcísimo y estrechísimo de mente ycorazón, a los hijos del pueblo y las clases trabajadoras, a la SedeApostólica, en la cual, de acuerdo a las palabras de San Pedro Crisólogo, «elBeato Pedro vive, preside y otorga la verdad de la fe a quien se la pide»(Epist. ad Eut. n. 2) y eso con el apostolado de la caridad entre los pequeñosy los pobres, mediante aquellas Instituciones y Obras de misericordia más aptasa la educación y formación cristiana de los hijos del pueblo, y a conducir lasmultitudes hacia Jesucristo y su Iglesia [...][1].
Todo estonos permite formular una clave de lectura que nos ayude a dar con elespíritu de cuanto él escribió. Efectivamente,  la conciencia orioninaplasmada en sus cartas, es fruto de la reflexión sobre la praxis pastoralacontecida. Por lo que los investigadores del carisma, tienen un enorme trabajopendiente que ofrecernos: el de iluminar los escritos de nuestro Fundador congestos particulares de su vida. Para que los hechos vividos por Orione, nos revelen el espíritu de sus dichos y escritos.
Quienes leyeron alguna de las biografías de nuestro PadreFundador, conocen algunos acontecimientos de su vida, que dicen más que mil palabras.Algunos fueron programáticos; y ¡hasta tantas veces proféticos! Habría muchos temas sobre los que podríamos escribir. Elegimos uno: Don Orione y la Eucaristía.
Todos nosotros sabemos delamor que Don Orione manifestó por la presencia Eucarística. Son muchos losrelatos que hablan del tiempo vivido delante del tabernáculo en actitud deadoración al Señor; de la frecuencia con la que lo recibía desde el tiempo deloratorio en Valdocco, hasta la piedad de la celebración de la Misa y de sudeseo de la adoración en los«Pequeños Cottolengos»[2]. Pero de entre tantos gestos eucarísticos, entre muchos, hayuno que se destaca: aquél vivido por Don Orione precisamente en1920, cuando celebró su veinticinco aniversario de ordenación sacerdotal. Esteauxilio paternal nos habla del amor por Jesús sacramentado.

Estamos hablandodel servicio que el mismo Don Orione cumpliera al seminarista Basilio Viano (1899-1920), mientras en el «Paterno» se estaba realizando lafiesta en honor del director de la Pequeña Obra. Don Orione decidió en esascircunstancias, celebrar sus bodas de plata sacerdotales asistiendo a uno desus hijos moribundo: el relato es conmovedor, semejante al contexto joánico dellavatorio de los pies:
[...] Aquí no se han hecho festejos.No permití hacerlos por mis 25 de sacerdocio. Aquel día debía pasarlo en Bra,en recogimiento y en el Señor; pero, en la víspera me acorde de que mi queridoamigo, el seminarista Viano empeoraba en su salud y tomé la determinación dequedarme en Tortona. Pasé la noche junto al lecho de Viano, y celebré por lamañana la Misa a los pies de la Virgen de la Divina Providencia; [...]Llegada la hora del almuerzo, te contaré como lo pasé. Viano continuabaempeorando, pero conservaba su lucidez. Desde algunos días atrás, aquel pobrehijo, a pesar de los medicamentos, no había mejorado. Hasta que, hacia elmediodía, padeció un relajamiento del cuerpo que lo superó, ya que ni él sepercató, ¡pobrecito! Entonces el seminarista don Camillo Secco (ahora es subdiácono) quehace de enfermero y que quizás siga siéndolo, levantó al querido enfermo ycambiamos todo: al lecho y al enfermo. De esta forma, mientras los demáscomían, yo, con agua tibia lo lavaba y limpiaba, haciendo con Viano, nuestro querido enfermo, aquellos oficios humildes, sí, perosantos: lo que hace una mamá con sus hijitos. Miré en ese momento al seminaristaCamillo, y vi que lloraba. Estábamos recluidos en la enfermería para evitar quenadie entre, mientras golpeaban con insistencia para que fuera rápido a almorzar.Yo estaba seguro de que lo mejor era cumplir con amor y humildad ese trabajosanto, de Dios, y me decía a mi mismo: ¡es mucho mejor esto, que todo lo que hepredicado en mi vida! [...] ¿Ves? ¡Con este amor nos amamos entre nosotros![...][3]
ElP. Luis Heriberto Rivas, nos ayuda a comprender el lugar que ocupa la UltimaCena en el evangelio de Juan:
El Evangelio de Juan no tiene unanarración de la “última cena” como la que se encuentra en los sinópticos.Mientras que para éstos se trata de la cena pascual en la que participan Jesúsy los Doce, Juan se refiere a una comida que tiene lugar la noche anterior a lafiesta de la Pascua. [...] El relato del capítulo 13 no describe los incidentespropios de la cena de los sinópticos (entrega del pan y del vino ...), sino quecentra su atención en el lavado de los pies, un hecho desconocido por los otrosevangelios. [...] La narración del lavado de los pies está hecha prácticamentesin comentarios. [...] El relator puntualiza que Jesús “se levanta de lacena”. Este no se trata de un dato superfluo, porque está mostrando lonovedoso del gesto. La acción de Jesús tendrá otro sentido. La tarea de lavarlos pies a los comensales, reservada a los sirvientes, a la luz de lastradiciones judías podía ser interpretada como un gesto de suntuosahospitalidad cuando era asumida por los dueños de casa. [...] sin embargo,mediante el gesto de lavar los pies a sus discípulos, entre los cuales está eltraidor y el que lo va a negar, Jesús está mostrando el “amor hasta el fin”por el cual entrega su vida para “lavar” totalmente “a los suyos”.El “amor hasta el fin” no se deja ver sólo en el acto de humildad, sinoque abraza también el lavado que Él realiza en los discípulos para que estospuedan ser partícipes de su gloria. Solamente aceptando ese acto de amor sepuede llegar “a tener parte con Él” participando de su vida eterna[4].



Aquel gesto hacia el clérigo Viano fue "mejor que todas las prédicas". No era la última cena en el Cenáculo; se trataba de un almuerzo para festejar las bodas de plata sacerdotales. Don Orione no bajó a almorzar, porque no había mejor forma de celebrar esa fecha que sirviendo a uno de sus hijos enfermo. Y este tipo de servicio, que hace presente a Jesús, no es unhecho aislado en la vida de Luis Orione. Recordemos cuando él, en la santa misaofreció su vida a cambio de la salud de Don Bosco, moribundo; o cuando asistióa Mons. Claudio Andrè la noche previa a su propia ordenación[5].La misa y el servicio de caridad en Luis Orione, no fueron sino dos momentos de una única celebración eucarística, presencia real de Jesús.

Así como Jesús entrega su vida hasta el fin, así también enlos gestos de entrega de Luis Orione, podemos entrever a Jesús que nos lava lospies a nosotros. La caridad, el servicio hecho por amor; sin otra medida quesin medidas, hace presente a Jesús servidor, tan real como lo está en el Panconsagrado. Por lo que, el amor de Don Orione a Jesús Eucaristía, no puedesepararse del servicio de caridad. Es más: es su mismo contenido.




[1] Orione, L., CC., FDP, sf., 1936, odac., calo., ADO, Scr.,59,21c. Cf. Idem,a C. Sterpi, 22.07.1936, noche, c., ADO, Scr., 59,27.
[2] Venturelli, G., «Don Orione, apostolodell’Eucaristia e suscitatore di adoratori». Sobre lainiciativa de Don Orione en Turín de los ermitaños de la Adoración CotidianaUniversal Perpetua, ve. DOPOIII, 42-61. Gemma, A., «Don Orione, anima eucaristica».
[3] Orione, L., aF. Casa, 01.06.1920, c., inc., ADO, Scr.,29,116-119; (L. I, 191-195:om.); el original de esta carta se encuentra en el Monasterio de S. Maria deSão Paolo (Brasil); véase la reserva de esta escena íntima que Don Orione nohace referencia a ella en una carta circular comunicando la muerte de BasilioViano cf. Idem, ccir., 19.04.1920, L.I, 161-174.
[4] Rivas, L., Elevangelio de Juan. Introducción, teología, comentario, Buenos Aires,Ediciones San Benito, 2008, 366-370.
[5] Sobre el ofrecimiento de su propia vida: DOPO I, 301 ss.;del servicio a Mons. ClaudioAndrè: DOPO II, 162 no. 5e.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La vida y misión como peregrinar

Fernando Fornerod
Pcia. Roque Sáenz Peña
Chaco
Aplicandolos conceptos que hemos visto en la primer parte de nuestra exposición ("La vida y misión como llamado"), podemosconcluir que cuando quitamos del horizonte de nuestra vida y entrega a losdemás, en el fondo es porque decidimos no caminar más. ¿Por qué podría sucederesto? Uno de los motivos para dejar de peregrinar es la desesperanza. Unejemplo paradigmático es el episodio vivido por Elías; quien después deltriunfo del desafío con los falsos profetas de Baal tuvo miedo, huyó. Mas tardeviendo los resultados de sus acciones, fue a sentarse bajo una retama, ydeseándose la muerte, dijo “basta ya, Yahveh” (1Re 19,3-5).
La huida,es una alternativa suicida a la construcción del horizonte de sentidoexistencial. En el Sagrada Escritura, se narran dos experiencias emblemáticasde esta situación; una en el AT: Jonás que planea huir a Tarsis para noinvolucrarse en la liberación de Nínive (Jo 1,3 ss.); la otra, en el NT: losdiscípulos que entristecidos vuelven a Emaús, porque después de lo que ocurrióen Jerusalén ya no hay que nada, o mejor dicho, nadie quien esperar (Lc24,1ss).
En DonOrione encontramos también una experiencia semejante: una huida como la deJonás. Pero para Don Orione, Buenos Aires, fue la Tarsis y el Emaús de laexperiencia bíblica. El contexto del siguiente fragmento orionino está tomadode una carta personal fechada el 1 de agosto de 1936; Don Orione desdela capital argentina, ignorando los motivos de la intervención pontificia delAbad Emanuel Caronti, relaciona ésta con los acontecimientos por los que habíaescrito, dos años atrás, a Mons. Simón Pietro Grassi; entonces explicó al Abad lasmotivaciones profundas que lo llevaron a venir a América Latina:
[...] Y aquí me parece conveniente manifestar en formareservada a su Excelencia, que, cuando dejé Italia, no vine a América sólo conla intención de visitar las casas que la Pequeña Obra de la Divina Providenciaya poseía aquí, sino que sin confesárselo a nadie, ni siquiera a Don Sterpi,para no causarle un dolor todavía más grave, me he arrojado al mar, como sifuese un Jonás, con la esperanza de que mi alejamiento, calmase las olasfuriosas, y salvado la barca de mi pobre Congregación. Y además era necesarioque yo me alejara para interponer un acto claro, en salvaguarda de mi buennombre. Desde hace cuatro años que vengo esperando en vano, en silencio, enoración y confianza, que se dijese una palabra de defensa de una horriblecalumnia, divulgada en la Diócesis y fuera de ella, semejante a la del viciosoSacerdote Florencio. Viendo que, entonces, era inútil esperar, he creído quedebía seguir el ejemplo de San Benito, que abandonó Subiaco, y se retiró a Montecassino.Por lo que desaparecí silenciosamente de Tortona, aprovechando la ocasión delCongreso Eucarístico. Y, dejando la Congregación en buenas manos, puse mi causaen las manos de Dios[1].
Elhorizonte de sentido existencial aparece cuando en mi rostro están los rostrosde quienes son los destinatarios de mi existencia, llamado y vocación. Cuandoen mi rostro están tallados los rostros de mis hermanos del Pequeño Cottolengo,de los hogares, de las escuelas y misiones en las que vivimos entregandonuestras vidas. Porque no peregrinamos a lugares: peregrinamos a los hermanos yhermanas y en ellos peregrinamos al Otro, que es Dios.
Y así como la novedad del Reino se pone de manifiesto en elamor a los pobres y en su liberación, esta caridad es la confesión de fe másprofunda de la presencia salvífica de Cristo en la historia. En esta perspectiva entendemos laintensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor delos hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor deJesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar los más alejados; losexcluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios: y Luis Orione peregrinó a los otros,abrazando la condición de Jesús; tallando en su rostro el sufrimiento de sus hermanosen su propio corazón:
[...] Por lo tanto, Dios mío, presérvame de la funestailusión, del diabólico engaño que yo, sacerdote, deba ocuparme exclusivamentede quien viene a la Iglesia y a recibir los santos Sacramentos; de las almasfieles y de las mujeres piadosas [...] Sólo cuando esté desecho de cansancio ymuerto tres veces corriendo y llamando a los pecadores y también a los Escribasy Fariseos, solamente entonces podré buscar algún reposo entre los justos [...]2].
Pero más adelante en los años, Luis Orione siente que estono es suficiente:
|3| [...] La perfecta alegría no puede estar sino en laentrega de uno mismo a Dios y a los hombres, a todos los hombres, a los másmiserables como a los maltrechos, físicamente o moralmente; a los alejados, alos culpables, a los adversarios. Colócame, Señor, en la boca del infierno,para que yo, por tu misericordia, la cierre. Que mi secreto martirio por lasalvación de las almas, detodas ellas, sea mi paraíso y mi suprema bienaventuranza [...][3].
Sentir la herida ajena como propia me hace peregrinar a losotros. Para estar allí; y curarme curando. Llegar al infierno y cerrar suspuertas, no es sino llegar al corazón del pecador con la autenticidad del amormisericordioso del Padre en las manos tiernas de su madre la Iglesia. Cerrar laboca del infierno es llegar al corazón del pecador, con el amor de Cristo, paraque en este diálogo se pueda liberar el corazón del hombre prisionero delpecado, aislado de la presencia de Dios (“Nosotros sabemos que hemos pasadode la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permaneceen la muerte” 1Jn 3,14). Romper este aislamiento a donde ha sido conducidoengañado el hombre, donde el pecador sufre sin encontrar el amor y la felicidadque se ilude hallar fuera de Dios[4].
Cerrar la boca del infierno, es quitar con el amor transformador todos losobstáculos que impiden a la gracia de Dios vivir la alianza de comunión con elhombre. Es vivir la caridad, el amor por los hombres sus hermanos que lo llevaa pensar estar separado de Cristo con tal de que experimenten el amor de Dios(“Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mishermanos, los de mi propia razaRom9,3). Es mostrar un rostro verdadero de la Iglesia, porque ella aún siendo castaes también meretrix, es decir causa de la caída de los hombres. Laactitud de Cristo de no descender de la cruz, de seguir abrazando la humanidadmarcada por el pecado, muestra un horizonte inaudito: Cristo ha querido amar loque la sociedad considera «un desecho» y ante quienes se voltea el rostro. Masesto, no lo consideró suficiente: Dios mismo en Cristo ha querido ser desecho,manifestando de ese modo su predilección y la autenticidad de su amor por elhombre.
[...] Oh Jesús, en verdad tú has sido el desecho delmundo y en esto nuestros queridos pobres del Pequeño Cottolengo se asemejan un poco a ti. Oh Jesús, tuprimer pueblo te ha rechazado y no quiso recibirte. Te convertiste en el granRepudiado. Tú no has tenido otra cosa que una gruta abierta a la intemperie: Túeres el Primero de los pobres del Cottolengo[5].
Pero el otrogran obstáculo para peregrinar es la tristeza; y es una tentación muysutil, ya que en realidad más que desviarnos del camino, lo terrible de latristeza es invitarnos a detenernos; a no peregrinar más. Sospechando yentristecidos que Dios no cumpla sus promesas anunciadas (“El les dijo:«¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste”Lc 24,17). Y ¿paraquién nos soñó el Señor? Luis Orione ¿hacia quiénes nos llamó a peregrinar?
[...] En nombre de la Divina Providencia, he abiertolos brazos y el corazón a sanos y a enfermos, de toda edad, de toda religión, yde toda nacionalidad: junto con el pan material, hubiera querido darles atodos, pero especialmente a nuestros hermanos más sufridos y abandonados, eldivino bálsamo de la Fe. Muchas veces he sentido a Jesús junto a mí, muchasveces lo he como entrevisto a Jesús en los rechazados y en los más desdichados.Esta Obra es tan querida al Señor que parecería ser la Obra de su Corazón; ellavive en el nombre, en el espíritu y la fe grande en la Divina Providencia: elSeñor no me ha mandado a los ricos sino a los pobres, a los más pobres, y alpueblo[6].
Aquítenemos nosotros orioninos la clave de nuestro aporte a la espiritualidad decomunión; a la espiritualidad eclesial. Hospedar y dejarse hospedar por elotro; por el rechazado, por el “desamparado”. En categorías paulinas, estopodría decirse que es la caridad que edifica la Iglesia, porque es la caridadla que salva el mundo. Ensíntesis, para Don Orione, la caridad, es el espíritu de la misión; porello debe transformar la existencia humana:
  • |2| [...] Queremos enmendarnos: llegar a ser buenosreligiosos, santos y verdaderos religiosos; como es el deseo de tu corazón.Deseamos llegar a ser humildes, simples como los pastores, dóciles para contigoy para tu Iglesia, como sus corderitos; queremos amarte, y amarte tanto:consumirnos de amor por Ti y por las almas. ¡Oh Jesús! Jesús mío, danos Caridad; lo demás:¡quítalo! [...] [7]
Quiera el Señor quitarnos todo aquello que no sea caridad suya, para experimentar una autentica alegria: servirlo en nuestros hermanos. Y también, con ellos, sentirnos amados por El.

[1] Orione, L., a E. Caronti, 01.08.1936, Summ.,§ 563; seconserva también de esta carta una minuta, donde se agrega en estepárrafo: «[...] en buenas manos, las de Don Sterpi, me refugié». Idem, a E. Caronti, 01.08.1936, mi., ADO,Scr.,19,91-92; con otra carta al mismo destinatario, fechada el 19 de agosto,explicita la causa de la calumnia: «En cuanto al hecho doloroso que me afecta yque, en un primer momento pensé que hubiera provocado la visita suya, es cosaun poco extensa para contar. No quisiera resultar demasiado prolijo [...] Undía llega el correo, y Don Sterpi no estaba en casa; [...] leo. En un primermomento no entendía de qué se trataba. La cosa me parecía extraña. Después caíen la cuenta. Él [Mons. Bacciarini] enviaba a Don Sterpi el testimonio juradode un Párroco suyo, el de Melide (no era Don Bornaghi) el cual contaba que supotener en su casa a dos sacerdotes de la Diócesis de Tortona, de los cuales unoera Arciprete, y que había escuchado que Don Orione , cuando estuvo en Messinaen calidad de Vicario General, después del terremoto habría frecuentadoun prostíbulo, y que se encontró su nombre en los registros de la casa [...]» Orione, L, a E. Caronti, 19.08.1936, Summ., § 564.
[2] sf., mi., ADO, Scr., 118,18]; Papasogli,G., Vita di Don Orione, 288, no. 1.
[3] 25.02.1939, ma., fotogr., ADO, Scr.,115,200-201; (IC.,330).
[4] [...] «eldiablo – dice Bernanos – que puede tantas cosas, no llegará jamás a fundar suiglesia, una iglesia que pone en común los meritos del infierno, que pone encomún el pecado. De aquí hasta el fin del mundo será necesario que el pecadorpeque solo, siempre solo». Esta parroquia muerta que, unánimemente, al fin delsermón se muere de risa, es una parroquia de muertos, de cuerpos enputrefacción, de caos y de cieno primitivo que forma el sedimento del infierno.Cf. Balthasar,H. U., Teodramatica, 382.
[5] DOr 1 (1968) 10, citado en: Ferronato, E., «L’inno dellacarità», 30.
[6] ccir, of., «Cari miei fratelli efigliuoli in Gesù Cristo, che vi trovate a Montebello», 24.06.1937 en, Bressan, G., «La lettera della fede»,18-19; (L. II, 463).
[7] ccir., impr., ADO, Sccir.,00.12.1934; (L. II, 143). DonOrione transforma la primera parte del lema salesiano «Da nobis anima,coetera tolle!», por «Da nobis Charitatem, coetera tolle!».

domingo, 30 de octubre de 2011

La vida como llamado

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Les ofrezco una reflexión estudiada con un grupo de religiosas de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad que celebraron este año su Capítulo General en Roma. Se trata de la primer parte llamada la vida como llamado; la segunda será la vida como misión.


Fernando Fornerod fdp
Pres. Roque Sáenz Peña - Chaco -

introducción

Para mí es una gran alegría compartir con Ustedes este momento de silencio carismático; de escucha atenta a la voz del Espíritu; de Aquél que nos habla por medio de nuestro carisma y de nuestra historia. Un capítulo general tiene características únicas. Les agradezco sinceramente esta oportunidad que me brindan.
Después de esta nota personal, quisiera comunicarles también, otras impresiones que tuve al estudiar el material que me enviaran para la preparación de este aporte. En las hojas que me llegaron he podido individualizar un desafiante común denominador; sus características, lo convierten en una provocación insoslayable; evidente y urgente: la sintonía [1]. Que es como expresar una necesidad, proveniente desde lo profundo de cada una de ustedes y de la entera familia: tener un mismo sentir; o bien en otra palabras: ser y tener unidad. Y lo enuncian de muchas maneras: unidad entre misión y vida espiritual; entre hermana y hermana; entre este capítulo general y el resto de la familia; queremos, escribían, tener una “gramática” común (o bien hablar un mismo lenguaje; entenderse unas a otras) y por último, finalizaban: “no nos hace falta saber más (qué) necesitamos que el experto nos ayude a saber hacer (cómo).
Y entonces me surgió espontáneo: “eligieron la persona equivocada”.
No creo que pueda ayudarles con el cómo; veamos si puedo ayudarles mostrando otro horizonte: el horizonte de sentido. Entre los aportes que me dieron, se nota evidente una primera urgencia: sintonía entre la misión y la vida espiritual; ustedes colocan en dicho texto relación entre “espiritualidad e institucionalidad”. Y bien, la misión, en cierto modo se puede programar; hay tantos proyectos, programas congregacionales. Sinceramente no sé ya cuantos de estos libritos, nosotros los FDP, tenemos en nuestras bibliotecas. Por otro lado, no debemos engañarnos: la vida espiritual (la vida en el Espíritu) no es tan programable como quisiéramos (el Espíritu “sopla donde quiere y nos lleva donde no queremos” –Jn 3,8; 21,18–). En efecto, tal vida espiritual es vida “con Otro”. Y ese otro es Dios. Pero también es vida en la historia; y esa historia son los otros y nosotros. Y entonces los partners de nuestra vida también son sujetos libres; y vaya si lo son.

Por ello, creo debamos comenzar por el último tópico propuesto; el que me señalaran entre las propuestas del mensaje preliminar. En efecto, escribían hacia el final: “sabemos qué” necesitamos saber ahora “cómo”. Y yo, con mucha humildad les propongo que busquemos más bien saber “para quién” hacemos lo que hacemos y somos lo que somos. Ya que seguramente coincidirán conmigo en que esto sea lo más importante; y para ello, pienso que me llamaron, y por eso estoy aquí. El resto creo que no lo sabremos nunca; o no lo sabremos de entrada. Más adelante, en el despliegue histórico de nuestra existencia, podremos saber, o mejor, “hacer memoria” de estas dos experiencias; (“María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” –Lc 2,19–; “«¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!” –Lc 24,25–).
Como propuesta metodológica sugiero dos aproximaciones. El primero: la vida y la misión evangelizadora como llamado; el segundo: la vida y la misión como peregrinación.

La vida y la misión evangelizadora como llamado


Nuestra vida apostólica es fecunda. Hacemos muchas cosas; servimos y acompañamos mucha gente; gestionamos obras y personal (“Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre” –Lc 10,17–). Sin embargo en medio de tanta fecundidad y logros realizados, constatamos una cierta experiencia de desgaste interior. Por momentos nos sentimos divididos; tironeados; agobiados por la actividad. Hay indicadores de nuestro cansancio: cada vez somos menos y más son las tareas que nos piden. Hay experiencias lindas, pero la mayor de las veces esos frutos se esfuman, por que surgen otras necesidades; otras urgencias. Muchas hermanas están cansadas; desorientadas. y ante un mundo con inmensas necesidades; con tantas cosas que hacer (“era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer” –Mc 6,31–); podría venirnos la tentación del agobio y de la desilusión (“Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada” –Jn 21,3–).

Y en verdad, el problema pareciera no provenir de todas las muchas cosas que tenemos para hacer (“a los pobres los tendrán siempre con ustedes” –Jn 12,8–). Nuestro inconveniente podría encontrarse en que las razones para permanecer en nuestro ser se han debilitado. Y digo debilitado, para no decir que en algunos casos hemos oscurecido la luminosidad de nuestras convicciones interiores.

El novelista, ensayista, dramaturgo y filósofo argelino Albert Camus supo decir: “la verdadera desesperanza, no nace ante una obstinada adversidad, ni en el agotamiento de una lucha desigual. Proviene de que no se perciben más las razones para luchar e, incluso, de que no se sepa si hay que seguir luchando”. Y el Lic. Alberto Bustamante, presidente de Consudec comentando esta frase, escribe: “lo que Camus, en su agnosticismo, nos dice es que, si cuando aparece Goliat, Saúl huye, el problema no es Goliat, el problema es la interioridad de Saúl[2].

Cuando alguien desespera, las razones de tal experiencia nunca provienen del contexto. La desesperanza no es sociológica; siempre es antropológica. Vale el ejemplo de la lucha entre Saúl y Goliat. “Y el filisteo añadió: «Hoy lanza un desafío a las filas de Israel. Preséntenme un hombre y nos batiremos en duelo». Saúl y todo Israel, al oír estas palabras del filisteo, quedaron espantados y sintieron un gran temor” (1 Sam 17,10-11). ¿Qué le faltó a Saúl en su interior, que provocó su huída cuando apareció Goliat? Cuando mi interior ha sido arrasado, por más simples o complejos que sean los contextos, ya no encontraré razones suficientes para permanecer en mi ser. Los desafíos me han vencido antes de presentar batalla: porque ya me vencieron en mi corazón. El camino a recorrer, entonces reside en fortalecer nuestra interioridad; cuidar nuestra vida espiritual.
En efecto, uno, es mucho más que su hacer.
La propuesta de esta meditación, por lo tanto, consiste en mirarnos a nosotros para que el hacer no nos desintegre; no vuelva estéril nuestra identidad como consagrados. Debemos cultivar el ser desde la propia interioridad. Ahora bien, sabemos cómo se alimenta el hacer: bastan nuestras reuniones de cohermanas, los sueños de cada uno de nosotros, etc. Pero ¿Cómo se alimenta el “ser de una religiosa” de Don Orione?
Dos preguntas podrían ayudarnos a contestar esta cuestión: ¿Cuál es mi dieta espiritual? ¿Qué tomo y qué como para alimentar mi espiritualidad? Porque uno termina transformándose en lo que come y bebe (“de la abundancia del corazón habla la boca” – Lc 6,45). Si mi alimento es superficial; mis fuerzas son epidérmicas. Y también, si no cultivo mi interioridad; si no nos alimentamos, cualquier contexto nos obligará a huir como a Saúl. Sin convicciones interiores, no hay fortaleza para presentar batalla; ni esperanza para atravesar las dificultades.

Hay una hermosa imagen de este tipo de fortaleza. La encontramos en el siguiente fragmento del libro Los Novios, de Alejandro Manzoni. Recordemos brevemente el contexto de esta situación. La narración cuenta las circunstancias de una de las protagonistas de la novela: Lucía, quien huye del señor de la comarca: don Rodrigo. Ella, ya en la barca que la pondrá a salvo del peligro, dirige una última mirada de tristeza a su pueblo. En su corazón, sin embargo, abriga una esperanza. A pesar de las dificultades, la intimidad cultivada con esos lugares y, más precisamente, la experiencia de intimidad con aquel que es amado, le brindó la certeza de que todo lo que ocurre conduce a un bien mayor.

«[…] los pasajeros, silenciosos, con la cabeza vuelta hacia atrás, miraban los montes, y el pueblo iluminado por la luna […] se distinguían las aldeas, las casas, las cabañas: el castillejo de don Rodrigo […] Lucía lo vio y se estremeció; descendió con los ojos pendiente abajo, hasta su pueblecito, miró fijamente su extremidad, descubrió su casita, descubrió la ventana de su cuarto y, sentada como estaba, en el fondo de la barca, apoyó el brazo en el borde, apoyó la frente sobre el brazo, como para dormir y lloró en secreto. ¡Adiós, montes emergentes de las aguas […] cimas desiguales, conocidas por quien creció entre vosotras […] torrentes cuyos rumores distingue, al igual que el sonido de las voces domésticas; aldeas dispersas, que blanquean en la pendiente, como rebaños de ovejas paciendo; ¡adiós! ¡Cuán triste es el paso de quien, creciendo entre vosotros, se aleja! [...] Adiós casa natal, donde sentada, con un pensamiento oculto, se aprendió a distinguir del rumor de los pasos comunes, el rumor de un paso esperado con misterioso temor. Adiós casa aún ajena, mirada tantas veces de soslayo, al pasar, y no sin rubor, en la cual la mente se figuraba una estancia tranquila y perpetua de esposa. Adiós, iglesia donde el ánimo tornó tantas veces sereno, cantando las alabanzas del Señor; donde estaba prometido un rito; donde el suspiro secreto del corazón debía ser solemnemente bendecido, y ordenarse el amor, y llamarse santo, ¡adiós! Quien os daba tanta jocondidad está en todas partes; y nunca turba el gozo de sus hijos, sino para prepararles otro más seguro y más grande»[3].

Si Lucía no cultivaba esa experiencia en su interior, no hubiese estado fuerte para ponerse a salvo de don Rodrigo; ni hubiese descubierto el paso de la Providencia en su vida y en la de su prometido Renzo. Cultivar la interioridad no es autismo espiritual: es encuentro con Aquél que es el origen de nuestro ser y de nuestro hacer.

Por ello, en ese silencio interior descubro el tú divino. Él es la razón que da fortaleza a nuestro ser, a nuestro hacer:

El Señor le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?». El respondió: He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida». [...] El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese momento el Señor pasaba. [...Entonces] se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: «¿Qué haces aquí, Elías?». El respondió: «[...] He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida». El Señor le dijo: «Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Aram[4].

Este silencio (“una brisa suave”) que estamos viviendo como hermanos, es para encontrarse profundamente con Aquel que es más intimo que nuestra propia interioridad. Y en esta actitud de escucha, cada uno de nosotros está llamado a ser palabra significativa para los demás. Y el paradigma es grande, inmenso; infinito. El Padre no tiene palabra, sino el ser de Jesús su Hijo; Palabra del Padre (Jn 1,14). Entonces, el silencio del que hablamos no es soledad: es generación de la vida; es la interioridad del encuentro. El silencio no es ausencia del otro; es presencia más profunda del otro (“Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas, y la noche había llegado a la mitad de su rápida carrera, tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, como un guerrero implacable” –Sab 18,14-15).

Nuestro Padre fundador mientras era joven custodio de la catedral de Tortona (1891-1893), fue pobre entre los pobres y rico de tiempo para el Señor. De aquel período llegó a nosotros una poesía y un hermoso texto con notas poéticas de creyente enamorado. Este último fue publicado años más tarde[5]. En la intimidad; en el silencio se produjo un encuentro que lo fortaleció en los momentos de sacrifico y dolor por abrazar la virtud:



Delante de Jesús


Solo ..., de noche, en la iglesia extensa y oscura!
                   Un profundo silencio envuelve todas las cosas.
                   Las sombras descienden desde lo alto;
                   Allá, al fondo, cerca del altar, una lámpara …;
Es una luz pálida, serena.
De tanto en tanto, un soplo …, y un tenue haz de luz va hasta el muro,
besando la figura de un querubín.
Y el ángel, con esa gentil caricia parece confusamente moverse, y desprenderse, como si una ola de celestial amor lo reanimara.
Se reza bien, de noche, delante de Jesús.
Calla el mundo, callan los deseos,
Callan los irrisorios sueños de la fantasía.
La paz del Señor se difunde en toda el alma,
[una] paz grande, profunda; y alrededor silencio y paz, paz, paz.
¡Eres bienaventurada, oh lámpara humilde,
que vigilas consumiéndote delante de mi Dios.
Tú, que eres familiar a este ambiente saturado de amor que rodea el Corazón de Jesús, dime si conoces sus ardientes latidos, sus inenarrables dulzuras.
Ven, oh luz bendita, penetra mi corazón, hasta el fondo, en los rincones secretos … háblame del dulce Jesús ¡del Jesús amor!
Tu suave voz reanimará mi espíritu,
Y hará crecer la virtud, el sacrificio.

¡Oh dulcísimo Jesús!
Oh si en mi corazón una perenne llama de amor
emulase la lámpara que en el mechero vela para Ti,
Intensamente, ¡hoy … mañana … siempre![6].

Este tipo de soledad es intimidad; porque es presencia de Jesús: percibida, gozada y anhelada. No se permanece en el ser sin estos silencios. Porque en el silencio la presencia del Otro lo transforma en encuentro. Y nuestra vida religiosa; nuestra misión surgen de este encuentro con el Otro. Sin esta experiencia de encuentro, nunca abrazaremos las convicciones personales: para quién ser y mucho menos para quién hacer nada en nuestras vidas.
En efecto, difícilmente uno pueda soportar el qué y el cómo si no sabe a quién le ha dicho ese sí. Uno nunca sabe qué dice cuando dice que sí; y también ignora las implicancias de lo dicho. Solamente sabemos, cristianamente hablando, a quién le decimos que sí (“Pedro le dijo: «Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido»Lc 18,28–). Necesitamos entonces, encontrarnos profundamente con ese tú a quien le hemos dicho que sí, por que el “qué” lo sabremos más adelante: en el despliegue histórico de nuestra existencia.
[...] El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. [...] María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Ángel se alejó.
[...] Simeón [...] dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón.
[...] Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre[7].

Ejemplos de esta experiencia abundan en la vida de nuestro padre Don Luis Orione. Hemos elegimos el que vivió en el año 1903. Recordemos la situación; nuestro Fundador después de un largo y doloroso camino pidió en ese año la aprobación diocesana de su instituto. Casi al final de la carta escrita a Mons. Igino Bandi, afirma:
|11v| [...] No tengáis temores. Antes bien confortaos en vuestro corazón, mi buen Padre. Que |12r| esta incipiente Congregación por estar consagrada enteramente al Santo Padre y a la Iglesia, florecerá continuamente en el Calvario entre Jesucristo Crucificado y la Santísima Virgen de los Dolores; y de un Instituto que nace para estar voluntariamente en el Calvario, siempre uno se reconforta. [...][8].
Luis Orione ¿fue conciente de las implicancias encerradas en el deseo que su Instituto permaneciera siempre allí, en el calvario, entre Jesús crucificado y la Dolorosa? ¿Las pudo imaginar? ¿Las pudo prever? Este texto ¿fue una mera licencia poética fruto de un rapto espiritualizante y desencarnado? Ciertamente no; nuestro Fundador no supo ni una cosa ni la otra. Él estuvo seguro de una cosa: ese sí, se lo decía al Señor. Fue conciente que su instituto sería fecundo solamente si permanecía en el calvario entre Jesús crucificado y María Santísima Dolorosa. Y ofreció a otros (a nosotros que somos su familia) la posibilidad de decir también nuestro sí, allí donde Cristo selló su sí al Padre en la entrega de su vida (“dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” –Jn 19,30–). Pero qué implicaba esto y qué circunstancias históricas le darían contenido, Don Orione no lo pudo saber; y como veremos, no lo supo jamás. Él también necesitó que su vida se desplegase a lo largo de la historia; allí, supo las implicancias de su sí dado al Señor con fe. De entre tantos episodios de su vida, entonces recordamos particularmente uno muy doloroso: las circunstancias de su envenenamiento mientras se desempeñó como vicario general de Messina (1912) y la consecuente calumnia divulgada en Melide y después en Tortona (1931)[9]. En estos dos fragmentos de cartas, se vemos todo su sufrimiento, y también su fe probada. El primero texto, fue escrito desde Buenos Aires a Mons. Simón Grassi; el segundo a los religiosos reunidos para los ejercicios espirituales. Ambos son del mismo período: 1934-1937.
|4r| […] No tenga miedo de que yo adquiera notoriedad en Tortona: Usted sabe, padre mío, que nunca nos entrometimos en el gobierno de la diócesis, directa o indirectamente. Sólo cuando Vuestra Excelencia me hablaba de algún dolor personal, he buscado darle algún tipo de consuelo. Excelencia, con el mismo amor de hijo con el que siempre lo he querido y servido, le suplico humildemente en Jesucristo y en la |4v|  Virgen Santísima no permita morir de este modo. Usted sabe que han querido ensuciarme con barro y, ¡qué barro! Son ya cuatro años que estoy esperando una palabra de defensa que salga de mi Obispo: la calumnia se ha extendido en la Diócesis y más allá también que, ¡hasta mis seminaristas la conocen! También han hablado de este asunto otros sacerdotes y laicos. Siempre he callado, siempre he sufrido y rezado, pero no soy una piedra: se trata del buen nombre, y de lo que un sacerdote tiene por más valioso: su honor. Nos hemos dirigido a nuestra Iglesia y a nuestro Obispo... Nunca he pedido juicios: no quiero hacer mal a nadie, sino el bien de todos: perdono a todos y quisiera dar la vida por todos. En oración, silencio y esperanza he aguardado pacientemente y con una gran confianza filial, una palabra de mi Obispo |5v| y Padre, que dijera: no es verdad. De mi Iglesia de Tortona, que he amado y servido tanto, como se ama a una Madre. Pero esa palabra nunca fue pronunciada. ¡Oh mi buen Padre!, ¡no permita morir de este modo![10].
El obispo, como sabemos, no pudo leer la carta; en efecto él murió el 31 de octubre[11]. El horizonte de sentido de tal sufrimiento pudo comprenderse y abrazarse como testimonio del amor al Señor; más aún como certeza (fundación) sobre la que se apoyó nuestro Fundador. De este período es su famosa carta sobre la fe:
[...] Como el oro se reconoce en el fuego y el amor con los hechos, de la misma forma, la Fe se prueba con las obras de misericordia; se acredita en las luchas y combates interiores de cada persona: se prueba en los combates exteriores y también en los vilipendios y persecuciones. Pero para la Fe, las persecuciones y difamaciones, en vez de ser ocasión para separarnos de Cristo, serán en cambio un aumento de vida cristiana, de vida verdaderamente abnegada, de perfección religiosa, de sólida virtud, de verdadero amor a Dios y a los hombres, de unión a Jesús y a su santa Iglesia[12].
Sin este cultivo de la interioridad la persona se desfonda; y pierde capacidad de pronunciar la palabra significativa de su ser. Habrá silencio de palabras, o ruido de palabras porque interiormente no se dialoga con nadie. La frustrante experiencia de una vida planteada como un monólogo narcisista. Sin este encuentro con el Tú divino, no tendremos palabras significativas en nuestro interior. Los frutos no tardarán en llegar; el contexto desafiante no encontrará convicciones espirituales fuertes en mi interior. Ignorando para quien entregar mi vida, en realidad, no queda otra posibilidad sino que me la arrebaten (“el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvaráLc 9,24).

En segundo lugar, hemos mencionado que el desarrollo histórico del seguimiento del Señor es muy importante. Sí, el tiempo no algo que pasa: es un Alguien que viene (“El que garantiza estas cosas afirma: «¡Sí, volveré pronto!». ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!Apoc 22,20). De esa manera, el futuro es siempre alguien que me espera. Y ese que me espera en el futuro, siempre anticipa su manifestación en el presente (“Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo»” Mt 25,40). ¿Para quién entonces me he soñado; para qué rostros? ¿Para qué personas? Ser religiosa, seguidora del Señor en la familia de Don Orione es ponerse en camino, pero alguno podría interrogarse ¿hacia dónde? No; esa no es la cuestión. La pregunta es ¿hacia quién? (este aspecto lo veremos en la segunda parte de la meditación). Los horizontes de nuestra vida no se definen en los “qué” ni en los “cómo”, sino en los “a quien” y “para quien” (“El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» [...] ven y sígueme» Mt 19,20-21). Solo él nos sostiene en el ser; y también en el hacer. No peregrino a lugares geográficos: peregrinamos al corazón de los hombres “instaurare omnia in Christo” (Mc 6,53-56). La Providencia en el transcurso de la historia nos permitirá saber el “qué” o el “cómo”; pero la fe nos permite estar seguros, ya desde ahora el “a quien” confiadamente depositamos nuestro sí.
|1r| [...] La Divina Providencia parece escondida al hombre: éste la ve y a menudo no la ama; la palpa y, a pesar de ello, no cree. La Providencia lo viste mejor que los lirios del campo y le da de comer. No obstante esto el hombre cree que está desnudo y hambriento. La Providencia gobierna el mundo con una ley armónica y eterna. Pero se oculta y no se hace ver a quien no tiene fe. Aunque se trate de una persona poderosa y rica. Los auténticamente sabios sobre esta tierra son aquellos que aman a Dios, que creen en Él; esperan en Dios y en las obras de sus manos: lo ven y lo tocan y perciben que les dice en lo más íntimo: tranquilos, estoy junto a Uds. No tengan miedo: ¡soy Yo! |2r| Ellos viven en la Providencia; mueren en la Providencia. Son personas simples y aunque su vida sea considerada una locura por el mundo, ¡ellos son sabios en el Señor! [...][13].
En el horizonte de mi “a quien”, efectivamente, no coloco mi rostro. No camino hacia mí mismo; si lo hiciera, no haría otra cosa que destruir todo y a todos los que toque. Por ello la vida y la misión son parte de un llamado, en el que el rostro de ese Tú divino, se hace presente en el diálogo de amor con cada uno de nosotros. Permitiéndonos decidir “a quién y para quien” entregaré mi vida; hacia quién voy a peregrinar; con quienes me encontraré y Quién será el que me dé el abrazo final.
[...] Esta Obra es tan querida por Dios que pareciera la Obra de su Corazón, ella vive en el nombre, en el espíritu y en la fe inmensa de la Divina Providencia; no a los ricos, más bien a los pobres, a los más necesitados y al pueblo me ha enviado el Señor. A esto nos llama el Señor, oh mis hijos: nos llama la Divina Providencia; ¿seremos nosotros hombres de poca fe? [...][14].
La vida y la misión es una vocación porque se funda en esta certeza: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).  Por ello Pablo, Madre Teresa, Juan Pablo II, nuestro Padre don Orione entre tantos santos y santas no nos dijeron sino: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20).


[1] Una de las definiciones de “sintonía” según la RAE es: coincidencia de ideas u opiniones.
[2] Bustamante, A., “Consudec: ‘casa común’ para esperanzarnos juntos” discurso de inauguración del 48° curso de rectores, 2011; en Consudec 1098 (2011) 1. Muchos de los conceptos del p. Alberto Bustamante, escuchados en sus conferencias nos han ayudado a la redacción de esta reflexión sobre nuestro carisma.
[3] Manzoni, A., Los novios, ed. y trad. por Nieves Muñiz, M., Madrid, Ed. Cátedra, 20012, 223-224. Esta misma imagen, fue retomada en la carta magna del método cristiano paternal: “Pero los dolores más profundos producen las alegrías más elevadas y la sociedad humana está hecha de tal manera que siempre del mal sale un bien mayor, como dice el mismo Manzoni en “Adiós, montes”. Tratad de que los jóvenes comprendan que progresan todos los días, en todos los sentidos; que cada día sientan que saben un poco más de la vida y que son un poco mejor, moral, civil y cristianamente. Cuanto más avanzan en el saber y en la virtud, más crece vuestro mérito y el suyo” Orione, L., [a C., Pensa, c., 21.02.22] en: La educación cristiana de la juventud; edición crítica de la carta de San Luis Orione sobre la “educación cristiano paternal”, Ágape, Buenos Aires, 2008, 84-85.
[4] Cf.: 1 Sam 19,10-15.
[5] DOPO I, 602.
[6] Orione, L., [sf., (1898), mi., ADO, Scr., 92,186]. Publicado en “L’Opera della Divina Provvidenza”, 1898; cf.: DOPO I, 602-603. Gemma, A., Il volto dell’Amore, LER Editrice, 586-587.
[7] Cf.: Lc 1,28;38; 2,35. Jn 19,25.
[8] Orione, L., [a I. Bandi, 11.02.1903, c., ADO, Scr., 45,25 bis, 11v-12r]; (L. I, 20).
[9] Para más detalles vé.: Fornerod, F., La Iglesia es caridad, Buenos Aires, Ágape, 2011, 329 s.
[10] [a «Mio buon Padre in Gesù Cristo», 16.10.1934, c., ADO, Scr., 107,208]; otra copia de esta carta: [a S. Grassi, 16.10.1934, c., of., ADO, Scr., 45,323-325]. Sobre el contenido de la carta enviada a Mons. Simon Pietro Grassi dice a Don Carlo Sterpi: «|1r| [...] Ayer en el “Conte Grande” le he enviado una carta. Después de haberla escrito, también le escribí al Obispo, pero hacia la mitad de la misma no pude aguantar y entré en el delicado y penosísimo tema. Escribí a los saltos y como me venían las cosas. No había más tiempo para rehacerla, ni para hacer yo mismo una copia. |1v| [...] Cumplí conmigo mismo. No existe otra copia. Ud. haga ya tres copias para el archivo. Ahora me siento más tranquilo: la cosa no debía quedar así [...]».
[11] Don Carlo Sterpi le comunica que Mons. Simon Pietro Grassi no pudo leer la carta porque había fallecido: Sterpi C., [a L. Orione, 07.11.1934, c., ADO, Scr. St., 7,270].
[12] [ccir, of., «Cari miei fratelli e figliuoli in Gesù Cristo, che vi trovate a Montebello», 24.06.1937] en, Bressan, G., «La lettera della fede», 14-15; (L. II, 458).
[13] [«Come è la Divina Provvidenza», sf., impr., ADO, Scr., 102,106].
[14] [ccir, of., «Cari miei fratelli e figliuoli in Gesù Cristo, che vi trovate a Montebello», 24.06.1937] en, Bressan, G., «La lettera della fede», MDO 14 (1972) 19; (L. II, 463). Luis Orione en el original italiano cambió “a questo” por “a questi” ci chiama il Signore ...”